Borovikovski nació en Ucrania, en Mírgorod, en el seno una familia cosaca. Su padre y sus dos hermanos eran pintores de iconos y Vladímir los ayudó en su taller desde niño. Se conservan algunos iconos suyos de los años 80 del siglo XVIII. En 1787, mientras participaba en la decoración del palacio de Kremenchug, en el que se suponía que se alojaría Catalina II durante su viaje por el sur del país, el joven atrajo la atención del arquitecto y pintor N. A. Lvov, que se llevó al joven talento a San Petersburgo. Durante unos años Borovikovski vivió en su casa, recibió clases de Johann Baptist Lampi, un pintor austriaco famoso que trabajaba en la Corte de Catalina II, y se aconsejaba frecuentemente con el pintor D.G. Levitsky. Uno de los retratos más tempranos hechos en San Petersburgo que se han conservado, “El retrato de O.K. Filíppova”, se destaca por la ternura soñadora de la imagen. Ya en 1795 el pintor recibió el título de académico y en 1802 llegó a ser consejero de la Academia de Bellas Artes.
Borovikovski fue uno de los retratistas más famosos de su época. Tuvo éxito tanto en el retrato de cámara como en el retrato en miniatura que estaba muy de moda por aquel entonces. Sus mejores obras pertenecen a la última década del siglo XVIII. En sus retratos el pintor llegaba a transmitir los movimientos apenas perceptibles del alma humana, los matices más finos de los sentimientos del retratado. El pintor se hizo famoso por crear un tipo específico del retrato feminino caracterizado por un paisaje en el fondo sobre el cual se coloca la imagen hasta la cintura del modelo. Lo podemos ver en el retrato de Arsénieva (1790) y en el de Lopujiná (1797) que creados bajo la influencia del sentimentalismo. El paisaje introducido por el pintor en sus obras contribuía a revelar el mundo interior de los modelos. Los retratos, no muy grandes de tamaño, se distiguían por una finura excepcional en la transmisión del carácter, estaban llenos de poesía y lírica. En las obras de principios del siglo XIX (el retrato de Kurakin o el retrato de Pablo I) se percibe la influencia del clasicismo, se caracterizan por la gama discreta de colores y la sequedad de medios expresivos. Además, el pintor realizó retratos de campesinos, lo cual era poco frecuente en aquella época (“La campesina de Torzhok, Cristinia”, 1795).
En los últimos años de su vida la creación de Borovikovski disminuyó debido al influjo de tendencias religiosas místicas. A partir del año 1810 solamente pintó iconos. La última obra del pintor fue el iconostasio de la iglesia del cementerio de Smolenskoe.